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Federico y su orquesta, por Sebastián Chittadini




LA BATUTA SIEMPRE AL 15

 

Al igual que hizo su tocayo García Vigil durante muchos años con la Filarmónica de Montevideo, Valverde hace que la Selección uruguaya de fútbol funcione mejor.

 

 

A lo largo de su célebre carrera, Federico García Vigil impuso su talento a base de carisma, sensibilidad y don de mando al frente de la Orquesta Filarmónica de Montevideo. Podría decirse que, durante quince años, la Filarmónica jugó al ritmo de Federico, como pasa ahora con la Selección uruguaya de fútbol. Es que un equipo de fútbol y una orquesta sinfónica se parecen en algunas cosas, aunque parezca que se mueven en ambientes tan diferentes entre sí.

No es tan descabellada la comparación, porque ambas estructuras requieren coordinación en las acciones de sus integrantes y salen a escena o entran a la cancha con una partitura o un libreto. Todas las orquestas y equipos del mundo son iguales en el sentido de cómo están conformados, sea por once o por cien personas, lo único que cambia son los ejecutantes de acuerdo con presupuesto disponible o la calidad que se puede pagar.

Siempre y cuando no haya algún elemento disonante sin sensibilidad en los pies, el funcionamiento de un equipo de fútbol tiene mucho de lo que muestra una orquesta en la que nadie desafina. Porque, para que la cosa funcione, tiene que haber disciplina, precisión, coordinación, armonía y las dosis necesarias de inspiración. Cada jugador, como los músicos, tendrá un registro diferenciado al que ceñirse para encontrar el equilibrio necesario; y así como la combinación de notas musicales conforma la música, las cualidades individuales de los futbolistas, si se conjuntan bien, dan como resultado un fútbol de calidad.

En una oncena hay de todo, igual que en la formación de una sinfónica. Hay futbolistas ágiles como el sonido de las flautas y otros lentos como una tuba, también algunos con afán de protagonismo e impronta similar a la de un violín y otros con la preponderancia de un fagot. Sin embargo, cada uno de ellos es tan importante como los demás, a quienes necesita para cumplir su función. Cada uno en lo suyo colabora para un objetivo común y establece sociedades, se reparte funciones y todos van alternando el protagonismo. A algunos, directamente nunca les toca, pero no les importa.

 

Dirija, maestro

 

Y después están los elegidos, que son capaces de ponerse el equipo al hombro como Federico García Vigil cuando se paraba frente a una orquesta sinfónica, o Federico Valverde cuando domina todo lo que pasa en una cancha. Uno con batuta y gestualidad, el otro con los pies transmitiendo claridad y seguridad para que el equipo funcione, toque como ellos quieren que toque e interprete lo que el compositor o el entrenador quiso que se interpretara. Y, cosa curiosa, los dos ejerciendo una influencia casi hipnótica sin necesidad de hablar.

Así como el histórico director de orquesta tuvo una formación exhaustiva y variada que incluyó estudios de piano, armonía, composición y orquestación con los mejores maestros, el mediocampista también supo absorber conocimientos de los referentes del Real Madrid para luego volcarlos en la Selección. Y fue tomando elementos de diferentes escuelas, como la inteligencia táctica del brasileño Casemiro, la clase del alemán Toni Kroos para manejar el ritmo de un partido o la capacidad de improvisación del croata Luka Modric. De este modo, ambos terminaron siendo directores versátiles. García Vigil por su obra en el campo de la composición y la docencia, y Valverde por combinar cualidades como el shot de Pedro Virgilio Rocha, la conducción de Diego Forlán, la resistencia de un maratonista y la capacidad de hacer uso del foul táctico en caso de necesidad.

Alguna vez, un entrenador dijo la frase:“Dime quién es tu volante central y te diré qué equipo eres”. Y Uruguay, cuando Valverde empezó a tomar la batuta, cambió mucho su estilo. Desde su primera aparición en la mayor, con diecinueve años, marcó el compás como el más avezado director de orquesta y movió –en el acierto o en el error– a la Celeste al ritmo de su batuta, imponiendo un estilo basado en la visión de juego, el pase claro, la buena técnica y el despliegue físico que le permitiría jugar 180 minutos si fuese necesario.Cuando el Pajarito cambió la voz y se volvió halcón, su influencia se hizo aún mayor. Desde ese lugar clave de la cancha, desde el que se puede dirigir todo, lee el juego como García Vigil leía las partituras y pone su técnica fina y elegante para organizar, hacer participar a sus compañeros o impactar en el juego cuando lo entiende conveniente.

Pero claro, no todo es color de rosa, porque el paladar futbolístico del hincha común muchas veces no está preparado para un cambio de paradigma tan grande que hubiera asombrado al mismo Thomas Kuhn. Entonces, ver a Valverde o al propio Bentancur dirigir a la Selección con un estilo tan diferente es para algunos casi como aceptar que los músicos también pueden estudiar.

 

Crear, construir, aunque te equivoques

 

Uruguay no es un país especialmente amigable y permisivo con la juventud, más bien todo lo contrario. A lo largo de la peripecia vital de una persona, sea en el ámbito que sea, se le dirá que es demasiado joven, que hay que llevarla de a poco o que le falta agarrar experiencia. Y, sobre todo, caerá sobre el joven elemento uruguayo todo el peso de la crítica ante el mínimo atisbo de error. Lógicamente, Valverde tampoco escapa a esto, por más talentoso que sea. Porque el joven es discontinuo, eso lo sabemos todos en este país; al joven a veces hay que dejarlo afuera de algo para que no queme etapas, porque ya va a tener tiempo.

Pero en este caso, esa clase es la que le allana el camino, incluso en un país que valora tanto las canas. Por eso, una vez aceptado el estilo de dirección y que hay que confiar en él para que dirija al equipo, solo queda disfrutar del presente y el futuro con el que permite soñar la presencia de un jugador que tiene dos o tres mundiales por delante. Y la verdad, produce un efecto similar al de escuchar a una orquesta aceitada el hecho de verlo agarrar la pelota y darle salida clara al equipo, lanzar a los laterales, relevar al resto de los volantes o conectar con los delanteros. Parece que incluso hubiéramos entendido como público que hay que dejar a Federico Valverde crear y construir, aunque pueda equivocarse, porque tiene capacidades que exceden a la media y no siempre es necesario emparejar hacia abajo.

Si hasta parece que, de a poquito, nos estuviésemos permitiendo disfrutar de tener un director de juego con semejante calidad y ya no pedimos tanto por jugadores de corte más tradicional para nuestros estándares. Claro, porque a todos nos gusta que la orquesta suene bien. Y al igual que pasó durante muchos años con la Filarmónica de Montevideo, la Selección uruguaya de fútbol funciona mucho mejor cuando la dirige Federico. 

 

 




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