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La Mazurka del sucesor, por Sebastián Chittadini




DE PALO A PALO

 

El polaco de América descolló en tres mundiales, defendió en 65 partidos a la Celeste e integró dos veces la Selección del resto del mundo. Y un día, el considerado mejor arquero de la historia lo señaló como el elegido.

 

Se dice que todo o casi todo en la vida tiene una banda sonora y el fútbol no es una excepción. En la carrera de Ladislao Mazurkiewicz, ese nombre que sonaba tan extraño y “poco uruguayo” a los ojos del mundo cada vez que aparecía la oncena uruguaya en el gran escenario de las copas del mundo, la música no podía ser otra que la mazurca (o mazurka, en polaco). Si hasta su apellido suena parecido a ese ritmo surgido en el siglo XVI como un baile de salón de la corte real y la nobleza polaca que con el tiempo se convirtió en una danza para las clases populares.

A fuerza de los movimientos migratorios provenientes de Europa, ya en la segunda mitad del siglo XIX se estaba bailando mazurca y otras danzas europeas en los salones montevideanos y luego en el medio rural, donde se folclorizó. Cuando el joven TerentyMazurkiewicz partió de Polonia, escapando de la Segunda Guerra Mundial y llegó a Uruguay, ni soñaba que un día en ese país desconocido para él se iba a imponer una mazurka con guantes de arquero y él sería responsable directo cuando, junto con Josefa, trajeron al mundo a Ladislao en 1945. El tercero de los cinco hijos del polaco y la gallega que se conocieron en Uruguay había venido al mundo para deslumbrar desde el arco.

 

El polaco de América

Enemigo de los colores chillones y de sus colegas histriónicos, Mazurkiewicz había llegado a la conclusión de que el arquero debía vestir de negro, o a lo sumo de gris, para no llamar la atención de los delanteros ni darles referencias.

En cuanto a la labor de arquero, hacía todo bien. Siempre bien ubicado, con una condición física impecable, seguro al extremo y con unos reflejos excepcionales; sabía ser espectacular al atajar sólo cuando era necesario, se imponía en el mano a mano y en el juego aéreo, además de que –producto de su pasado basquetbolístico– sacaba contragolpes a una mano como ningún otro.

De gesto serio y siempre impecablemente peinado, su figura fue mítica y además continuó mitificándose con el paso del tiempo, que lo volvió eterno. Podría decirse que el Chiquito, como también le decían, cada día ataja mejor.

Pese a que, producto de la evolución del fútbol, su puesto ha vivido más cambios que otros, nadie osa discutir el lugar destacado que Ladislao Mazurkiewicz ocupa entre los mejores de todos los tiempos. De Uruguay, de América y del mundo. 

 

El ritmo mundial

Los mundiales y Mazurkatuvieron sin dudas una relación fructífera, porque su labor dejó una marca en cada una de esas participaciones más allá de cómo le fue a Uruguay.

En 1966, Inglaterra organizaba su Mundial y Mazurkiewicz se presentaba en el gran escenario con apenas 21 años para enfrentar a los locales en el partido inaugural. Uruguay empató 0-0 y el Chiquito fue el primer arquero extranjero en mantener su arco invicto en un partido oficial en el mítico Wembley, dejando varias atajadas espectaculares para el recuerdo y el reconocimiento como la revelación y el tercer mejor arquero del Mundial por un nivel que no tenía nada que envidiarle al de los consagrados Gordon Banks y Lev Yashin. Justamente este último predijo luego de esas acciones ante los ingleses que el uruguayo sería su sucesor como mejor del mundo.

Y cuatro años después, en el Mundial de México 70, Mazurkale dio la razón a la Araña Negra al ser elegido como el mejor arquero del torneo en un equipo uruguayo que logró el cuarto puesto. Por esas vueltas que tienen la vida y el fútbol, a Yashin le tocó estar de alguna forma frente a Mazurkiewicz en la que fue su última aparición mundialista, ya que Uruguay eliminó a la URSS en cuartos de final con el mítico arquero soviético mirando desde el banco de suplentes.

Alemania 1974 fue el tercer Mundial para Ladislao, que llegaba con la plenitud que dan los 29 años. Uruguay debutó ante Holanda, a la que todavía no había que decirle Países Bajos, y gracias a la presencia infalible de su arquero perdió solo 2-0. Ese día, el mundo descubrió a la Naranja Mecánica y Mazurka atajó todo, o casi todo. Para tener una idea de su nivel, cabe recordar que Uruguay hizo solo un punto en tres presentaciones y no pasó la primera fase, pero igual fue considerado como el tercer mejor arquero del Mundial, solo por detrás del alemán SeppMaier y el polaco JanTomasewski.

 

Camarada de guantes

Pero antes del tercer Mundial de Mazurkiewicz, el 27 de mayo de 1971, en el Estadio Lenin de Moscú y ante 103.000 espectadores, Lev Yashin jugó su último partido con su equipo de siempre –el Dínamo de Moscú– ante un combinado del resto del mundo especialmente elegido por él. La Araña Negra no anduvo con chiquitas a la hora de invitar a las figuras más rutilantes del fútbol mundial y así fue que convocó a Pelé, Bobby Charlton, Eusebio, Amancio, Franz Beckenbauer, GiacintoFacchetti, Bobby Moore, Wolfgang Overath, Jairzinho y Gerd Müller, entre otros. El arquero elegido para defender el arco del Resto del Mundo no era otro que el uruguayo Mazurkiewicz, que con la ausencia de Pelé terminó siendo el único futbolista sudamericano en el combinado de estrellas. Vestido de impecable buzo negro y pantalón gris, a la usanza de su ídolo, fue remplazado en el segundo tiempo por el checoslovaco Ivo Viktor.

La invitación de Yashin tenía un sabor especial por tratarse de quien se trataba, por el abrazo inolvidable que el anfitrión le dio al invitado en el aeropuerto y por las horas de charlas intérprete mediante. El soviético tenía especial interés en conocer al uruguayo de nombre polaco, quien le pidió una foto autografiada para regalarle a su padre al volver a Uruguay. Para Ladislao, era cumplir el sueño de estar al lado de un maestro y un referente en el que se había fijado mucho para moldear una trayectoria excepcional.

Al finalizar el partido, Lev Yashin se sacó sus emblemáticos guantes y se los entregó en mano al que era considerado unánimemente como el mejor arquero de América, a quien le dijo –intérprete mediante– que sería su sucesor. En su propia casa, durante su fiesta, el mejor arquero de la historia estaba nombrando a su heredero reconociéndole su dominio sobrio y sereno del oficio, ratificando lo que ya había visto personalmente en los mundiales de 1966 y 1970. Solo le faltaba dirigirse a las tribunas repletas para agradecer al público. Aunque ya no los tenía en su poder, la leyenda estaba colgando los guantes.

Esa noche, todos los jugadores compartieron una cena de camaradería en el hotel donde estaban alojados y allí Yashin dedicó a cada uno unas palabras de agradecimiento. Al llegar el turno de Mazurkiewicz, intérprete mediante, el soviético lo elogió y le declaró nuevamente su admiración. Quizás en el salón de baile de aquel grandioso hotel soviético, la corte del rey del arco haya caído rendida ante el ritmo estilizado que marcaba en cada intervención entre los tres palos aquel hombre serio y sobrio vestido a su imagen y semejanza en el lejano Uruguay. Ante los ojos del mundo, en Moscú se bailó de palo a palo y a ritmo de mazurca. O de rytmymazurkowe, en polaco. 

 

 




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