URUGUAY BUSCA UN CUPO PARA EL MUNDIAL FEMENINO
A Pamela González —26 años, sanducera, jugadora del Granada de España— le gusta ser como una brújula: equilibrada, el norte en el ceño y con nervio. “El juego bonito nubla la visión, pero a mí me gusta lo otro, la guerra, tirarse, raspar, ir y venir”, proclama esta todoterreno fascinada con el fútbol intenso y sacrificado, y aun tranquilo, de N’GoloKanté.
Despunta la tarde sobre la Ciudad Deportiva del Granada. Una tarde de lunes, quizás de viernes, da igual. Una veintena de chicas estiran, saltan, pegan carreritas, acarician el balón con los pies, alguna chuta duro a puerta vacía. Hay treinta o cuarenta pelotas sobre esta cancha impoluta, una de las cuatro que ocupan la espléndida instalación levantada sobre un terreno de siete hectáreas a un costo de 8,5 millones de euros: la joya de la corona del club nazarí.
Pamela González mira y escruta. Observa y procesa, y se transporta en un instante a un pequeño y muy modesto campo ubicado al lado del arroyo Miguelete. En el Prado, en Montevideo.
“Se me vino la imagen de ese campo, el primero de todos, de tantos. Chiquito, casi todo de tierra, con unos muros bajitos que el balón desbordaba y caía en el arroyo. El canchero, que siempre estaba ahí, atento, iba con una especie de red y un palo largo a rescatar la pelota del agua. Si llovía, entrenábamos sobre el barro. Y miro las pelotas, unas diez, reventadas, casi rotas. Y pensé: ‘Cómo han cambiado las cosas’”.
La niña del club Mauá, que llegó al fútbol empujada por su padre, no se atrevía a dar ese primer paso, aunque en casa se entretenía con el balón. Ahora es toda una mujer, al borde de los 27 años, y hace lo que nunca imaginó: vivir de aquello que era tan solo un pasatiempo. Está en su séptima temporada en el fútbol español con la ilusión de volver a la Primera división de la Liga Iberdrola, donde arrasa el Barça y comienza a asomar su nariz, y su temple inconfundible, el Real Madrid.
“Valoro lo que tengo porque sé que en un momento no lo tuve. Quizás porque salí de un lugar con muy pocos recursos y me costó mucho conseguir esto que tengo ahora y que disfruto”.
Nacida en Paysandú el 28 de setiembre de 1995, Cinthia Pamela González Medina se crió en un hogar de futboleros. Su padre, José, era entrenador de un cuadro de varones, y su hermano mayor, Jorge, se hartó de predios de fútbol durante la adolescencia. Además de Marta, la madre, hay otras dos chicas: Abril, de 22 años, y Candela de cinco. La familia se trasladó a Montevideo, donde residió por cuatro años y la pequeña Pamela descubrió su pasión.
“A mí el fútbol me gustó desde chica, pero no me animaba porque todos eran varones. Mi papá insistió hasta que él mismo me llevó a jugar”.
De vuelta al terruño, la gurisa prosiguió el idilio con el balón en fútbol mixto y después en el femenino. Fue parte de una camada de jugadoras de Colón que vertebró ‒con músculo, huesos, nervios y tejidos tensos‒ la primera Selección femenina celeste en un Mundial, el sub 17 de Azerbaiyán en 2012. Dos años después ya era la capitana de la Selección sub 20, anfitriona del Sudamericano de 2014.
A pesar del saldo magro de aquel certamen, un punto en cuatro partidos, Pamela se adueñó del brazalete de capitana, que sigue llevando en la Selección mayor, la que se alista para la Copa América que se realizará en Colombia, con la meta de conseguir un boleto al Mundial de Australia/Nueva Zelanda de 2023, el primero en el que participarán 32 selecciones.
“El brazalete no te identifica como jugadora pero sí es un reconocimiento a todos estos años de estar yendo y viniendo con la Celeste. Y es una responsabilidad, tengo que dar una imagen de templanza, tengo que saber controlar a las jugadoras cuando a veces se alteran un poco y también hay que mostrar lo que es Uruguay. Pero luego soy una más del grupo”.
Pamela es uruguaya por los cuatro costados. Un pulmón en el mediocampo, con piernas como aspas para raspar en el centro y a los lados, arriba y abajo. La proverbial garra charrúa que hace del esfuerzo y el sacrificio su seña de identidad. “El que abandona no tiene premio”, se lee en el perfil de twitter de la capitana celeste. La Capi, como la llaman sus compañeras.
Ella piensa que en todo equipo tiene que haber al menos uno o una que, hablando mal, haga el trabajo sucio, que sea como N’GoloKanté, ese pequeño gigante francés de padres que emigraron de Mali, rechazado en sus inicios por su tamaño, jugador de un desgaste enorme para hacer que sus equipos ‒aquel inesperado Leicester que se llevó la liga inglesa en 2016, el Chelsea campeón de Europa en 2021 o la Francia que conquistó el Mundial ruso de 2018‒ cierren fisuras, minen el campo contrario y agobien a sus rivales.
“Hoy en día nos nubla la visión el juego bonito y todas esas cosas, pero a mí me gusta lo otro. Me gusta la guerra, el que se tira, raspa, y va y viene, que es más uruguayo también”.
Parecería que Pamela González Medina es un torbellino constante, un motor en revolución permanente, pero cuando se mira a sí misma, se ve introvertida y tranquila, herencia más de su padre que de su madre, en quien admite carácter y decisión, como si a ella le faltara.
“Soy pacífica, muy observadora, cuando llego al vestuario, me visto y una vez que estoy preparada me siento en mi lugar y observo a mis compañeras, unas bailan, otras cantan. También a las rivales, a las que van en mi puesto y de las que tengo referencias”.
Hay mucho fútbol en las botas de Pamela González. De aquel Colón de relumbre con el que fue campeona uruguaya, pasó a Nacional, el club con más torneos disputados en el fútbol uruguayo, y de ahí dio el salto al ascendente balompié femenino español. Primero Málaga y desde hace dos temporadas el Granada. Pero su foco, su centro, es el grupo.
“Para mí, el grupo es más importante que la parte futbolística. Que sea un buen grupo es esencial y saber gestionarlo es el papel de un capitán”.
De una capitana tranquila y atenta como ella, la sanducera que no olvida sus raíces. Como su admirado Kanté, el chico de los suburbios parisinos. “Humilde ‒dice de él‒, tranquilo, no es de esos que quieren llamar la atención”, y en ese remate también habla de ella.
Una profesional
Un puñado de uruguayas vive de jugar al fútbol. En el balompié femenino sudamericano ser profesional del deporte más universal es aún un sueño. Hay que emigrar para tener un contrato de trabajo dando patadas a un balón, como en su día lo hizo Pamela González.
No es la única charrúa pero sí la de más recorrido en una liga como la española, que tiene un potente patrocinador, Iberdrola, en la que compiten la casi totalidad de los clubes profesionales de fútbol y que ostenta un título de la Champions europea femenina alcanzado por el Barcelona en 2021.
La sanducera se codeó en el escenario de la Primera división en la temporada 2018-2019, ahí sí es la única uruguaya que ha tocado ese techo. Había llegado al Málaga en 2015 y en su tercera temporada se consiguió el ascenso.
“Fue una tremenda experiencia. En la Primera hay mucha competencia, mucha calidad, hay jugadoras extraordinarias. A los equipos que suben, como fue nuestro caso, les suele costar adaptarse por la alta intensidad con la que se juega”.
Fue debut y despedida. Lucharon hasta la trigésima jornada, la última, pero no pudieron evitar el descenso. Quedan, sin embargo, las ganas de volver y los recuerdos intactos. Como el día que enfrentaron al Barcelona.
“Aguantamos el 0 a 0 todo el primer tiempo y eso para nosotras ya era un triunfo. Son bestias del fútbol, nos sometieron. Cuando agarrás la pelota, te presionan muy rápido porque están a otro nivel, el desgaste físico fue tremendo. En el segundo nos cayeron cuatro. Yo jugué todo el partido y nunca lo olvidaré”.
El estreno en la categoría también fue muy duro porque el rival era nada menos que el Atlético de Madrid, campeón en las dos temporadas previas, título que conservaría al final de ese torneo 2018-2019. Fue un día lluvioso, recuerda Pamela, cancha encharcada, el balón cada vez más pesado, día de extenuación hasta la última gota de aliento. El Málaga volvió a segunda para la temporada siguiente, que fue la última de Pamela en el club andaluz.
“Cuando descendimos continué un año más. Tenía ofertas mejores pero me quedé porque estaba cómoda en el grupo, me valoraban y me encantaba la ciudad, con la playa cerca, el clima cálido que me gusta y una zona céntrica muy linda. Hice también muchas amigas que aún conservo”.
Luego sintió que su etapa malagueña había llegado a su fin y optó por la oferta del Granada, que llevaba algún tiempo siguiéndola. Al hacer esta nota, el club nazarí ‒Nazarí fue la última dinastía musulmana en el Reino de Granada‒ mantiene un codo a codo con el Alhama CF de Murcia, que está un punto arriba con un juego más a falta de diez jornadas para el final y un enfrentamiento pendiente entre ambos clubes.
“Es muy difícil subir a Primera, solo lo consiguen las campeonas de cada uno de los grupos de Segunda. La temporada anterior fuimos muy irregulares, ahora estamos siendo más regulares y tenemos una seguidilla de juegos ganados que nos mantiene en la pelea por el ascenso, que es el objetivo”.
Pamela vive su profesionalidad a tope. Hace lo que le gusta y administra su tiempo planificando un futuro más allá de las canchas. Cada día va a clases de inglés por la mañana, vuelve a casa y le dedica unas horas al curso de administración y finanzas que está haciendo; luego come, descansa y desde las 16 horas a las 19 entrena, no solo en cancha, sino que el grupo analiza videos de sus partidos y del próximo rival, y tiene jornadas de gimnasio. De vuelta a casa, cena y a descansar. Es de poco salir, disfruta la ciudad y sus montañas, extraña la playa pero le gusta la gente de graná y, cuando puede, se distrae yendo al cine a ver películas de aventuras y fantasía. Antes de los partidos, prefiere estar tranquila en casa, relajada.
“Aún no me ha salido la chispita de entrenadora, pero capaz que la de directora deportiva sí, por lo que estoy estudiando”.
La capitana que gestiona en el vestuario tiene miras altas.
“Algo grande”
Uruguay nunca ha ido a un mundial de fútbol femenino de la categoría absoluta, lo que en Sudamérica tampoco han logrado Bolivia, Paraguay, Perú y Venezuela.
El próximo Mundial de 2023, previsto a disputarse por primera vez en dos sedes, Australia y Nueva Zelanda, ofrece para la región tres cupos directos y dos repechajes, al elevar el número de participantes totales a 32.
La selección que dirige Ariel Longo
‒también jefe de la sub 20‒ buscará uno de esos cinco puestos en la Copa América de julio que se desarrollará en las ciudades colombianas de Armenia, Bucaramanga y Cali. Es una oportunidad de oro.
“Estamos en un proceso ascendente. Con la salida de jugadoras al exterior, la calidad ha subido. Todas lo notamos, porque nos podemos dedicar cien por ciento a esto, lo que en Uruguay todavía es difícil porque las chicas estudian, trabajan y juegan. Tenemos altas posibilidades de conseguir algo grande”.
La Celeste femenina ha aprovechado las fechas FIFA para foguearse con potenciales rivales de la Copa América como Colombia, dos veces mundialista, Chile, en una ocasión, y Paraguay.
“Creo que dimos muy buena imagen, cada vez hay más nivel. Somos un equipo aguerrido e intenso, con el esfuerzo como fortaleza”.
Uruguay ha participado en seis de los ocho campeonatos sudamericanos, con solo cinco victorias en veinticinco partidos. Tres de esos triunfos fueron en la edición de 2006 en Mar del Plata, cuando se alcanzó el tercer lugar por detrás de Argentina y Brasil. Repetir un torneo similar, con jugadoras más fogueadas, le daría el boleto al Mundial.
“Longo es un entrenador con el que hace varios años venimos trabajando. Siempre nos anima a seguir creciendo. Creo que estamos en buenas manos. Conmigo quizás tenga esa pizca de más confianza para en un momento específico pedirme una opinión sobre el grupo. O yo poder transmitirle algo que pasó en un partido o una apreciación que tenga. Es cercano y un 10 como persona”.
La Celeste aprovechará otra fecha FIFA en junio en su preparación para la Copa América, para seguir ajustando las tuercas de un combinado en el que ya despunta Esperanza Pizarro, mundialista con la sub 17 en 2018 y recientemente incorporada a la liga española en el Santa Teresa de Badajoz, en el mismo grupo que compite el Granada de Pamela. Y es posible que Longo sume a Belén Aquino, de Peñarol, figura de la sub 20 que tendrá su torneo sudamericano en abril.
“Estamos en el camino, pero el recorrido es largo. Es muy importante que tanto directivos como patrocinadores apuesten por el fútbol femenino, para que las futuras generaciones tengan más recursos de los que tenemos nosotras ahora. Pero cada una la seguimos peleando”.
La legión extranjera
Cada vez más uruguayas emigran con el balón como pasaporte. Es una prueba de que la calidad aumenta en el aún joven fútbol femenino local. Buscan retos más exigentes y la posibilidad de vivir de lo que les apasiona. Las selecciones sub 20 y mayor se nutren de vuelta de jugadoras más hechas.
Argentina
Carolina Birizamberri (26 años, RiverPlate). Desde 2014 está jugando en River con un paréntesis de un año en la Segunda española. Fue campeona con los Millonarios en la temporada 2016-17 y colíder goleadora en la Libertadores de 2017.
Laura Felipe (24 años, RiverPlate). Una lateral explosiva que fue figura en Nacional, club con el que fue bicampeona uruguaya. Con River disputó su tercera Libertadores en 2020.
Cindy Ramírez (31 años, San Lorenzo). Salió en 2009, regresó al torneo local y volvió a Argentina en 2014. Ha sido asidua de la Selección, de la que se ausentó por lesiones en las últimas convocatorias.
Federica Silvera (29 años, San Lorenzo). La exjugadora de Nacional cumple su quinta temporada en el fútbol argentino y disfruta de un contrato profesional.
Sofía Olivera (30 años, UAI Urquiza). Esta experimentada golera en Cerro, Peñarol y la Selección está en su segunda temporada en el campeonato argentino.
Agustina Sánchez (22 años, Rosario Central). Surgida de Nacional de Nueva Helvecia, la golera se estrena en el exterior con el club canalla.
Brasil
Karol Bermúdez (21 años, Atlético Mineiro). La excentrocampista de Liverpool y Nacional fue contratada en enero de este año para su primer Brasileirão.
Luciana Gómez (21 años, Atlético Mineiro). Esta mediocampista ofensiva tuvo destacada participación en el último campeonato logrado por Nacional.
Colombia
Camila Baccaro (23 años, Independiente de Santa Fe). Salida del Unión de Paysandú, pasó por Independiente y Boca Juniors, en Argentina, antes de enrolarse en la liga colombiana. En 2021 debutó en la Selección.
España
Yannel Correa (25 años, Real Oviedo). Nacida en España, la hija del futbolista Gabriel Correa ha hecho toda su carrera en clubes españoles.
Yamila Badell (25 años, Real Oviedo). La hija del exjugador Gustavo Badell, está en su cuarto club español, tras su paso por Málaga, CD Tacón y Racing féminas.
Stephanie Lacoste (25 años, Real Oviedo). Joven, pero de amplio recorrido: Paraguay, Colombia, Portugal y ahora España. Defensa central con buena salida del balón.
Esperanza Pizarro (21 años, Santa Teresa). Figura en la Selección mundialista sub 17 de 2018, tras titularse campeona con Nacional emigró al fútbol español.
Valentina Morales (20 años, Santa Teresa). Fichó con el Real Murcia antes de cumplir 18 años, esta temporada se sumó al Santa Teresa de Badajoz.
Paraguay
Mariana Pion (29 años, Libertad Limpeño). Mediocampista defensiva con amplia experiencia en el exterior: Colombia, dos veces, Brasil y de vuelta en Paraguay
Portugal
Keisy Silveira (26 años, Racing PowerFutebolClube). Esta hábil delantera que destacó en Colón y la Selección, pasó del fútbol colombiano al portugués en la Segunda división femenina.
Daiana Farías (23 años, Racing PowerFutebolClube). La exdefensora de Colón y Peñarol prosigue su aventura en el fútbol europeo, en la segunda portuguesa.