FELIPE CARBALLO, EL VOLANTE TODOTERRENO
Felipe Carballo nunca la tuvo fácil. En sus comienzos en las formativas de Nacional, le tocó ser suplente y jugar poco. En sus primeros meses en Europa, se fracturó y decidió volver a su tierra. Esos reveses le dieron fuerza para esforzarse el doble y seguir creciendo. Tras ser la figura del último campeonato del fútbol uruguayo, pasó al Gremio de Porto Alegre y se ganó un lugar en la selección. Y lo logró corriendo, siempre corriendo.
En su casa se respiraba Nacional. La familia vivía a tres cuadras del Parque Central y su padre, Javier Carballo, era preparador físico en el club; su hermano jugaba en las formativas del tricolor. Por eso, no era de extrañar que Felipe fuera hincha, que su sueño fuera vestir esos colores y ser campeón. Un sueño que cumplió, pero por el que debió pelear durante toda su carrera. Incluso de niño.
Felipe jugaba al baby fútbol en el club Belgrano, que por entonces tenía la cancha al costado del Hospital de Clínicas, frente al Estadio Centenario. Se destacaba lo suficiente para que varios equipos lo llamaran para integrarse a sus divisiones formativas, incluido Peñarol y Liverpool, el más insistente. Pero aquel niño sabía una sola cosa: quería jugar en Nacional, aunque la llamada no llegaba. Hasta que un día el club realizó una convocatoria a jugadores de preséptima en el Parque Central, y el llamado llegó. Había muchos niños, tantos, que se armaron varios equipos.
Llegó con toda su ilusión a cuestas. Antes de empezar la práctica, el entrenador le dijo que faltaba un lateral derecho y le preguntó si podía dar una mano en ese lugar; el entrenador sabía que Felipe había jugado en esa posición en la selección de la liga. Contestó que sí. Pero no fue una buena idea. Apenas comenzó la práctica se dio cuenta de que jugar en una cancha de siete no era lo mismo que hacerlo en una de once.
“Esa práctica me quedó para el recuerdo, porque la pasé muy mal”, cuenta Carballo a Túnel. Le tocó marcar a Leandro Otormín, uno de los jugadores más habilidosos de esa generación, a quien conocía de la selección de la liga. Ese día, le pintó la cara. “Pensé que no me llamaban nunca más, era todo tristeza”, recuerda Felipe.
Pero no fue así. A la semana siguiente lo llamaron para que volviera, pero lo seguían poniendo como lateral. Él sentía que no estaba jugando bien, que no rendía, por lo que se arrimó al técnico y le dijo que él jugaba de enganche o puntero, si podía probarse. Jugó bien y comenzó a entrenar en forma habitual, hasta que el club decidió ficharlo.
“Estaba loco de la vida”, contó Carballo. Pero esa alegría de jugar en el club de sus amores se mezclaría con cierta frustración durante sus años en las formativas. Carballo jugaba en Nacional, pero mucho menos de lo que quería.
Camino empedrado
En séptima, jugó solo dos partidos. En sexta, donde el director técnico era Álvaro Gutiérrez, también jugó muy poco. Jugaba de enganche, pero su físico era chico, esmirriado. Por esos años, su mente estaba llena de dudas: “Juego, no juego, voy a seguir acá, no voy a seguir”. Hasta que en sub-16 el entrenador Gustavo Bueno lo puso como volante. “Ahí cambió mi suerte en el fútbol”, dice Carballo. El resultado está a la vista.
De cuarta saltó a la primera división. El paso a entrenar con los mayores fue raro, recuerda. Había empezado a jugar más seguido, pero no tenía muchas perspectivas de continuar en el club en el futuro. En setiembre de ese año, tuvo un viaje de fin de curso con su colegio y tras hablar con su entrenador quedó con la sensación de que al volver tendría que reencontrarse con el banco de suplentes. Pero justo a su retorno un volante fue expulsado, él jugó e hizo un gol. “Las cosas que no habían salido bien en los años anteriores, me empezaban a salir”. A eso se le sumaron algunos entrenamientos con la selección sub-17. Y finalmente la llamada.
Estaba de vacaciones con sus amigos cuando, desde el otro lado de la línea, Alejandro Lembo le dijo que el 5 de enero debía presentarse en Los Céspedes para iniciar la pretemporada con el plantel principal. Carballo integraba una lista de juveniles elaborada por el coordinador de formativas, Sebastián Taramasco. Hasta entonces nunca había tenido una indicación de que eso podía pasar. Ninguna. No lo dudó: fue hasta la terminal de ómnibus, sacó un pasaje y viajó de vuelta a Montevideo, rumbo a cumplir ese sueño que parecía lejano. A los tres días firmó su primer contrato profesional. “Fue todo de repente, cuando quise acordar estaba entrenando en primera”, cuenta Carballo.
En aquel plantel de Nacional había jugadores de gran trayectoria, como Álvaro Recoba y Gustavo Munúa. Al poco tiempo llegaron Sebastián Abreu e Iván Alonso. Para un joven como él todo era una sorpresa: “Si vos lo ves cerca, podés ir asimilando las cosas; yo lo veía muy lejos y cuando quise acordar ya estaba jugando”, explicó.
Entrenó seis meses en primera sin jugar, hasta que llegó el ansiado debut, un minuto en un partido contra Rosario Central: “Estuvo bueno porque me saqué los nervios de entrar, la presión que se pone uno”. A la semana entró en el primer tiempo contra Palmeiras, en Brasil, tras la expulsión de Jorge Fucile. “Fue todo muy rápido, y creo que fue lo mejor, porque no te da para pensar en nada ni para ponerte nervioso, y jugué como si fuera un partido normal. Después sí entré en razón de que estaba cumpliendo el sueño de mi vida”.
Algo parecido le pasó con la selección. Carballo debutó el pasado 24 de marzo en el amistoso contra Japón. “Fue un sueño cumplido. Pero fue algo inesperado”, dijo. “Sí, yo lo pensaba hace siete años, cuando me fui a España por primera vez, por supuesto que tenía el sueño de jugar en la selección, pero lo veía como algo posible, algo realizable. Sin embargo, si me lo preguntabas hace un año atrás, te iba a decir que era imposible, lo veía como algo muy lejano”. Pero ese imposible se concretó.
El primer indicio fue cuando el entrenador Diego Alonso dio la prelista de cincuenta jugadores para el Mundial Qatar 2022 y Carballo fue a entrenar algunos días al Complejo Celeste. “Ahí lo vi tan cercano, eso me ayudó a poder irme de Nacional, que era algo que no tenía en mis planes. Me dije a mí mismo que estaba la posibilidad de la selección, y que jugar en el exterior te acerca a la selección. Me dije que, pese a los obstáculos, pese a las caídas, todavía podía seguir luchando por ese sueño, estar ahí recién fue un pasito, haber jugado, pero quiero seguir participando y tener continuidad. Sé que es difícil, que es muy difícil, pero nunca nada me fue fácil en la vida, y lo voy a seguir intentando”.
La cancha de frente
En formativas, Carballo jugaba de enganche o de delantero. Si bien su desarrollo físico no lo ayudaba, tenía una característica que lo acompañó durante toda su carrera: corría mucho. “Hacía mucho sacrificio por cumplir con el equipo”, recuerda. Hasta que Gustavo Bueno lo puso como volante. Había dos volantes lesionados y el técnico le preguntó antes del entrenamiento si quería probarse en esa posición; le contestó que sí, porque quería jugar y se sintió muy cómodo.
Pasó de jugar de enganche, donde estaba mucho tiempo de espalda y los defensas lo cuerpeaban con rudeza, a jugar de volante, con la cancha de frente. Debutó como volante en un partido contra Sud América. Nacional ganó 3 a 0 y no salió más. “El volante central tiene más responsabilidad táctica, sus movimientos deben ser más coordinados porque no puede dejar expuesto al equipo”, explica Carballo.
Su función era la de medio centro creativo, con recorrido de área a área, con una visión ofensiva permanente. “Hasta el día de hoy me cuesta mucho la marca y es algo que sigo mejorando y practicando todos los días, pero en aquel entonces no tenía nada claro los movimientos”, agrega. Por eso se apoyó en los consejos de su padre y de su hermano. En esta posición, Carballo llegó a la primera división de Nacional, fue cuatro veces campeón uruguayo, jugó en Europa, pasó al Gremio de Porto Alegre (Brasil) y llegó a la selección uruguaya.
¿Su carrera hubiera sido la misma si hubiera seguido como volante? “No”, contesta Carballo, con seguridad. “Siento que fue un cambio totalmente positivo para mis características; fue un cambio que me ayudó para bien”, señala. Sin embargo, estima que esos años jugando como enganche lo ayudaron a desarrollarse como volante central: “Hasta el día de hoy sufro mucho los mano a mano, pero al ser un jugador que me considero inteligente y al haber jugado en esa posición, soy más de interceptar las pelotas que van al enganche. A veces, sin mirar a mi espalda, sé dónde puede estar posicionado el enganche. Soy de dar el espacio para que den el pase e intentar cortarla”.
Crecer de golpe
Ningún jugador quiere ser suplente. Todos quieren jugar. Carballo no es la excepción. Aquellos años como suplente en las formativas de Nacional marcaron su carrera, pero, sobre todo, su personalidad. “Siempre fui una persona que intenta verle las cosas buenas a los momentos malos. Siempre trato de sacarle algo”, señala. “Hoy en día, veo que todo eso, no haber jugado, ir a entrenar todos los días y saber que cuando daban la lista no iba a jugar, me forjó un carácter muy bueno de decir ‘No me rindo’”.
En eso tuvo mucho que ver su padre, que le repetía constantemente que pese a no jugar debía entrenarse al máximo, porque de lo contrario, el día que le tocara jugar iba a demostrarle al técnico que tenía razón en no ponerlo. Por eso, Carballo entrenaba el doble e iba a una escuelita de fútbol para mejorar su técnica. “Sabía que tenía que estar preparado para cuando me tocara. Y fue así”.
Después de aquel partido con Sud América, se ganó el puesto y no salió más. “Ese carácter de entrenar para cuando me tocara, que nunca sabes cuándo va a ser, y no rendirse me sirvió mucho. No solo para esa época y para el fútbol, sino para la vida en general”, expresa Carballo. Ese aprendizaje lo trasladó a su carrera.
Carballo fue campeón uruguayo cuatro veces con Nacional. Su primer título fue el Campeonato Uruguayo Especial de 2016. “Me tocó jugar poco, pero lo disfruté como si hubiera sido titular todos los partidos y hubiera hecho veinte goles. Tenía diecinueve años, para mí era un sueño”. Ese título se definió en el Parque Central, su hermano más chico entró con él a la cancha. “El festejo con toda la gente fue muy especial”, recuerda.
Sin embargo, el título que más disfrutó fue el último, el de 2022: “Era más consciente de lo que estaba viviendo, me tocó hacer un gran año. La llegada de Luis [Suárez]… Habíamos arrancado muy mal, me criticaban mucho. Entonces, lo disfruté de verdad. Me dije: ‘Qué lindo lo que estoy viviendo’. Fue muy especial para mí, para mi familia, para mis amigos. Fue redondito”.
Tan redondo que la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) le otorgó el título de mejor jugador del campeonato. ¿Por qué? “Lo digo siempre que me preguntan: para que yo haya sido elegido el mejor jugador, el equipo todo tuvo que haber andado bien. No soy un jugador que agarra la pelota, se elude a cinco y hace un gol. Mi función requiere de todo el equipo. Fue gracias a eso que mi labor se destacó más. No vi mi rendimiento como algo distinto al de otros años, sino que se notó más porque salió todo redondo. Yo sentí que jugué igual desde el primer partido hasta el último, sin embargo, al principio se nos criticó mucho”. Su buen rendimiento le permitió pasar al Gremio de Porto Alegre, su segunda experiencia en el exterior. La primera no fue muy positiva.
En tierra ibérica
Carballo asiente cuando se le pregunta si fue en España el peor momento de su carrera. Fue transferido al Sevilla (España), uno de los equipos más importantes del fútbol español. Los primeros seis meses los jugó en el filial, en las divisiones de ascenso. Cuando empezó a entrenar con el primer equipo y todo parecía encaminarse, sufrió una grave lesión.
“Cuando me voy para allá me fui con la ilusión de un niño. Tenía veinte años. Me fui con la ilusión de cumplir con el sueño que tiene todo jugador de fútbol de jugar en Europa, de jugar en la elite. Iba a un equipo grande de España. Jugar en el filial me sirvió mucho para adaptarme al país, al fútbol español. Y cuando estaba entrenando con el primero y me dijeron que me iba a quedar y ocupar una plaza de extranjero, me fracturé”, cuenta Carballo.
“Pasé a estar en el fondo de la bolsa. Sufrí mucho, estuve solo, la gente en Europa no es tan cariñosa ni afectuosa como en Uruguay. Me dejaron ahí, apartado; hay otros jugadores, y pasan, y yo la sufrí, la pasé muy mal. Ahora que lo pienso, en realidad, estaba desilusionado porque iba a cumplir mi sueño, lo que tanto quería, y ver que no era lo que me esperaba, estar pasándola mal me hizo querer volver a Uruguay, estar con mi familia, con mis amigos, en un lugar donde la gente me quería”, agrega.
Ese retorno a Uruguay, a Nacional, fue renovador, tanto que no tenía ningún interés por volver a al exterior. Todo lo contario: “Me quería quedar en Nacional”. Sin embargo, en esos primeros momentos sintió la mirada inquisidora de los hinchas y de la prensa, que suele perseguir a aquellos jugadores que retornan al país luego de un breve pasaje por el exterior. “Lo sentí mucho, no en los compañeros ni en los rivales porque es gente que sabe lo que es el fútbol y todo lo que lo rodea, que no es solo patear una pelota, pero esos comentarios de ‘Se fue y lo devolvieron’ o ‘Se fue y vino enseguida’, sin saber un montón de cosas que pasan por la cabeza de un jugador, si no estás fuerte de cabeza no lo sacás adelante”.
Carballo fue a un coaching deportivo para poder sobrellevar esa situación y eso lo ayudó. Tenía veintiún años y sentía que había “fracasado” porque había ido a Europa y volvió a Uruguay al poco tiempo. “Es bravo poder sobrellevarlo, pero como te decía, soy una persona que siempre está convencida de lo que quiero, sé lo que me hace bien. Y estaba convencido de que quería estar en Nacional, en mi casa, con mi familia, con mis amigos para ‘sanar’ lo que había pasado, para volver a ser el jugador que yo sabía que podía ser. Me ayudó un montón estar ahí”.
La presión
Los jugadores de fútbol conviven con la presión. Del entorno, de la prensa, de los hinchas, pero también con una presión autoimpuesta. Para Carballo, los jugadores suelen estar sobrexpuestos a esas presiones y deben convivir con eso: “Creo que día a día se va mejorando y viendo al jugador de fútbol como una persona normal, que le pasan cosas, que hay cosas que lo rodean como ser humano, que van más allá de patear una pelota o de si hacés goles o no”.
En la vida de los futbolistas pasan muchas cosas, por lo que sus decisiones pueden trascender lo deportivo o lo económico. “A veces influye lo emocional: desde que podés tener a tu padre o a tu madre enfermo, que tu pareja puede estar embarazada, o la razón que fuese”, señala Carballo.
En el ideario popular se estima que la vida de un futbolista es fácil, que tiene todo, que cobra bien, que le pagan por jugar a la pelota. Pero según Carballo, eso está lejos de hacer que la vida sea fácil. “Sí, obviamente todos lo que jugamos al fútbol sabemos y estamos agradecidos por eso, pero hay un montón de cosas que no son sencillas. Estar lejos de tus afectos, estar expuesto. Todo eso lo hace más difícil”. Según Carballo, esto que dice no es excusa, sino que pretende hacer notar que hay un montón de cosas que el jugador vive y mucha gente no percibe.
Esa presión externa existe, insiste Carballo, pero muchas veces la peor presión que sufre un jugador de fútbol es la que se impone a sí mismo. “Hay diferentes tipos de presión: está la presión de decir: ‘Quiero hacerlo porque puedo’ o la presión de no querer fallarle a tu padre, a tu amigo, al entrenador, a tus compañeros. También está la presión externa de los periodistas, de la gente, pero esa está en un segundo plano. Si bien existe, porque aunque vos quieras hacer creer que no te afectan los comentarios o lo que fuera, inconscientemente, de alguna forma, te llega y a la hora de jugar y tomar decisiones se siente. Pero la peor presión es la que se impone uno mismo”.
Carballo afirma que aprender a convivir con esa presión no es fácil. “Depende mucho de la persona, del momento en que estés”. Pero sobre todo de entender el entorno: “En el fútbol hay un montón de cosas que dependen de vos, pero muchísimas otras que no. Podés hacer todo lo que está a tu alcance para jugar, pero hay otras personas que toman decisiones: el entrenador, el compañero que te dio el pase para que hagas el gol o no te lo dio, el dirigente que necesita dinero y te quiere vender. Hay un montón de factores que no dependen de vos”. Por eso Carballo está dispuesto a controlar los que dependen de él. Y a seguir corriendo.
El efecto Suárez
La llegada de Luis Suárez revolucionó al fútbol uruguayo. Sobre todo a Nacional. No todos los días un jugador de primer nivel mundial vuelve al torneo local, casi en su plenitud, meses antes de jugar un Mundial. Su incorporación significó mucho para el plantel tricolor, ya que se trata “del mejor jugador de toda la historia de Uruguay”, dice Carballo con una sonrisa. “La llegada de Luis fue un golpe anímico importante y positivo para nosotros y negativo para los demás, porque saber que Luis Suárez estaba enfrente marcaba. Todo fue una energía positiva para el equipo y se notó en el juego”.
Según Carballo, compartir plantel con un jugador de la trayectoria de Suárez te cambia la cabeza en cuanto a la forma de entrenar y de competir. “Al principio veías a Luis llegar al vestuario y era como un ‘miedo’, entre comillas, un respeto, se notaba un silencio. Era Luis Suárez, que para la gente de Uruguay es una figura muy importante. Él marcó muchas cosas en todos nosotros para tomar como ejemplo y, sobre todo, darte cuenta de que era uno más, que no era ninguna superestrella ni una persona diferente”.
“Si bien con el tiempo nos fuimos adaptando, al principio te daba nervios hasta al jugar al ‘monito’ porque lo tenías al lado y sabías que si vos perdías la pelota, él también tenía que entrar a correr, y te ponías nervioso. O le tenías que pasar la pelota y querías que el pase fuera perfecto, porque era la referencia, no era cualquier jugador”, cuenta.
Carballo recuerda que el primero que le arrimó una patada al ídolo de la selección fue Mario Risso: “Luis se cayó al piso y quedamos todos duros, sobre todo Mario, tenía unos nervios que ni te digo”. Suárez se levantó y siguió como si nada, explicó Carballo.
Hoy Carballo es compañero de Suárez en el Gremio de Porto Alegre (Brasil). Ser su compañero le facilitó todo dentro y fuera de la cancha. “Recién vengo de su casa, fui a almorzar con él y con su familia. Él y toda su familia te tratan de modo espectacular; cuando vino mi familia parecía que se conocían de toda la vida. Con toda su experiencia sabe que es muy difícil estar lejos. Soy un agradecido”, afirma Carballo.
Decir no
Todos los niños que juegan al baby fútbol tienen la ilusión de llegar a un equipo profesional. En sus años de baby fútbol, Felipe Carballo tenía la posibilidad de jugar en Liverpool y en Peñarol, pero decidió esperar por la oportunidad de Nacional. En su caso, salió bien. Pero pudo haber salido mal.
¿Cómo es para un niño decirle que no a la llamada de esos cuadros importantes? “Es complicado”, confiesa Carballo. “En esa época mi hermano estaba jugando en las formativas de Nacional y yo quería seguir su ejemplo, quería eso. En mi cabeza ya tenía la idea de ir a jugar a Liverpool que era el equipo que más insistía. Ya tenía ese plan B. Soy una persona muy convencida de las cosas que quiere, y estaba convencido de que quería jugar en Nacional. No se estaba dando, y quieras o no uno tiene que ir preparándose para lo que fuese. Uno con la inconsciencia de un niño, no se da cuenta de la magnitud de las cosas, entonces si no jugaba en Nacional, iba a jugar en Liverpool porque era la oportunidad de jugar al fútbol, que era lo que quería. Todo con la inocencia de un niño que lo único que quería era jugar al fútbol”, confiesa.