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Volver a ser, por Adrián Marcelo López Hernaiz




Trabajo, criterio y sentido común

 

No hay que ser una eminencia para afirmar que el fútbol uruguayo es uno de los principales animadores, no solamente a nivel sudamericano sino también mundial.

La historia lo avala en cuanto a logros de la Selección: quince títulos obtenidos de Copa América, dos Copas del Mundo ganadas, dosmedallas de oro en Juegos Olímpicos y un galardón de Copa de Oro de Campeones Mundiales, entre otros.

 

Esa hegemonía alcanzó su auge en 1950 con el Maracanazo, brillante épica de visitante frente a Brasil en su propia casa, ante la incredulidad de miles de personas presenciando una frustración que dio lugar a un sinfín de mitos y leyendas.

Con otros impactos, el ser potencia se ratificó a escala de clubes.

La Copa Libertadores de América, principal torneo de equipos de la Conmebol, lleva al día de la fecha 61 ediciones disputadas en su totalidad (hasta la edición de 2020). Si se hace el desglose, década por década, el palmarés muestra a Uruguay en los primeros planos durante las primeras tres décadas de la competencia: en los años 60, Peñarol se alzó con tres títulos (1960, 1961, 1966); en los 70, Nacional logró el único trofeo (1971); y en los 80 se da el último decenio que ubica al fútbol charrúa alcanzando el máximo lugar del podio: Nacional (1980 y 1988) y Peñarol (1982 y 1987).Fue su década más fructífera. Desde entonces, los años 90 y las dos décadas del siglo XXI lo encuentran vacío en sus vitrinas.

¿Cómo podría explicarse este fenómeno?

Es probable que para ensayar una respuesta deba hacerse un recorrido con análisis sociológico al respecto.

En los países de la región, el rápido crecimiento demográfico se da en las zonas portuarias, con inmigrantes aprovechando la histórica chance de hacer riquezas hacia fines del siglo XIX y luego escapando de un contexto de guerras al siglo siguiente.

A tal efecto, tanto Montevideo como Buenos Aires se vuelven destinos inevitables, recibiendo la afluencia de oleadas provenientes de países como Inglaterra, una potencia que si no creó el deporte más popular del planeta, al menos se ha encargado de expandirlo masivamente, siendo fiel a su ideología imperial.

Con la apertura de numerosos clubes, el fútbol pasó a ser una práctica no solamente deportiva sino también cultural. De allí tiene sentido comprender cómo Uruguay y Argentina devinieron puntales en Sudamérica, con una rica tradición que se consolidó a lo largo del tiempo.

En esas circunstancias, el rápido desarrollo del fútbol uruguayo comenzó a marcar hegemonía hacia la década de 1920, logró su mayor impacto en 1950, se estabilizó en la década de 1960 y comenzó un lento estancamiento a partir de 1970, para reposicionarse en los años 1980 y luego volver a caer en la década siguiente, atravesando una crisis que aún los clubes no logran revertir pero sí la Selección, en un ciclo que comenzó en 2006 y le devolvió prestigio a la camiseta celeste.

Por estos días, el aficionado uruguayo está muy expectante al tener a un represente en las semifinales de la Copa Sudamericana, la segunda competencia a nivel clubes de la Conmebol y que aún, en sus 19 ediciones, no tiene como ganador a conjuntos charrúas.

En las últimas semanas de setiembre, Peñarol medirá fuerzas con Atlético Paranaense de Brasil; y de vencer, enfrentará al ganador de la otra llave, conformada por Libertad de Paraguay y Bragantino, oriundo del Estado de San Pablo. Si la realidad sonríe, el Carbonero disputaría la final a partido único el próximo 20 de noviembre, con sede en el Centenario de Montevideo (elegida en el pasado mes de mayo), casi un guiño del destino.

¿Qué significa este posible desenlace?

Básicamente, la oportunidad de volver a ser.

En un mundo cada vez más desigual, con mayores distancias entre Europa y Sudamérica, Uruguay asiste al premio de recuperar el prestigio postergado, en parte por malas administraciones y deficientes políticas deportivas que evitaron una consistente estructura organizativa que diera apoyo, difusión y fomento a la práctica futbolística, algo clave para una nación pequeña de poco más de 3 millones de habitantes.

No es magia sino trabajo.

No es milagro sino criterio.

No es ciencia exacta sino sentido común.

Que los clubes y la Selección den alegrías genera identidad y pertenencia, además de botijas festejando por las calles; o lo que es lo mismo decir, las postales de un futuro que se vislumbra alentador.




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