EL FLACO FERNÁNDEZ, UN JUGADOR CON OPINIÓN
Hay voces autocríticas, que piensan el fútbol también fuera de la cancha, que se rebelan frente a vicios enquistados. La de Álvaro El Flaco Fernández es una. El capitán de Plaza Colonia se entrega a una charla cuasi terapéutica, en la que bucea entre los claroscuros de una vertiginosa carrera y examina los códigos prehistóricos de un deporte con poca memoria.
Primer intento, fallido. Segundo intento, frustrado. Tercer intento, malogrado. La promesa de Agraciada empezó a dudar de sí misma. El gurí que la descosía en el pueblo sorianense de quinientos habitantes pensó que quizás no era tan bueno como creía y comenzó a debatirse entre el deseo y la resignación. “Me había ido a probar a varios equipos, pero por H o por B no quedaba”, recuerda. Tenía mucha edad (para el fútbol) y poca esperanza: 18 años y ni miras de jugar en Montevideo. “Te pega duro, porque muchas veces te das cuenta de que podés quedar, pero justo eligen a otro chico que no es tan bueno, o al que capaz le ven otras condiciones, pero en ese momento yo no las veía porque estaba cegado”.
¿Hay que preparar a los gurises para esas frustraciones, advirtiéndoles que solo llegan unos pocos, y bajar sus expectativas?
Ahí hay que tener cuidado, porque si les bajás las expectativas quizás les estés coartando el sueño antes de intentarlo. La idea es que lo intenten tomando los recaudos de la realidad o sabiendo los números fríos.
Entre seiscientos y setecientos. Álvaro contaba las bolsas de semillas y abono diarias que descargaba del camión junto a su papá, Obdulio Lorenzo; o los panes y bizcochos que repartía cuando su tío le pedía una mano en la panadería. El ultimátum llegó al repetir tercero de liceo: “Te ponés las pilas con el estudio o te ponés a laburar”.
El “cumpleaños eterno”, como describe, que vivía de niño en el pueblo, libre de cualquier obligación y peligro, estaba terminando. Pero, como esa vela de la torta que persevera y sigue encendida sin intención de apagarse, él no dejaba ir la ilusión de ser un futbolista profesional. “Se me dio la oportunidad de jugar en la selección de Colonia y salimos campeones. Ahí me vio un representante y me llevó a jugar a la B de Montevideo”.
Perdió la cuenta de cuántas valijas armó y desarmó para estar en quince clubes, de doce ciudades, de siete países. De Uruguay a Portugal, de Portugal a Chile, de Chile a Estados Unidos, de Estados Unidos a Catar, de Catar de vuelta a Uruguay, y de nuevo a Estados Unidos. Más tarde a Argentina y, finalmente (al menos por ahora), a Uruguay. Hay una cuenta que no falla: en 2005 era campeón de la Liga amateur en Colonia y en 2010 era cuarto en el Mundial en Sudáfrica. “En cinco años me cambió la vida”, expresa.
¿Cuál fue el cambio que más te costó asimilar?
La verdad, el más vertiginoso fue irme de Agraciada a Montevideo. Desde mi casa hasta el otro lado del pueblo lo hacía en diez minutos caminando, y pasé a vivir en el barrio Maroñas, donde tenía que tomarme dos ómnibus y salir de madrugada para llegar de mañana al entrenamiento en la otra punta de la ciudad. Dejé de ser Alvarito, un mimado del pueblo, para no ser nadie en Montevideo.
¿En qué club te sentiste más cómodo, profesional y personalmente?
No tengo dudas de que mi equipo es y será Seattle Sounders. Y mi segunda casa, Seattle. Es la ciudad donde mejor la pasé, hice una cantidad de amigos, gané títulos. Tuve la posibilidad de regresar después de unos años, ya con mis hijos más grandes, y volvimos a salir campeones.
La MLS no tiene muy buena prensa, ¿cuál es tu visión de la liga estadounidense?
Ha cambiado muchísimo. Cuando fui por primera vez [2010] llevaban jugadores más veteranos, de renombre. Pero cuando volví, en 2016, había jóvenes con gran proyección, jugadores de Boca, River, Nacional y Peñarol, algo impensado unos años atrás. Eso habla de una liga que crece a pasos agigantados. A eso se suma lo positivo que tienen ellos: una infraestructura y organización impresionantes. Además, es súper competitiva, porque a último momento todos los equipos tienen chances de meterse en una liguilla y pelear el campeonato. Por más que uno se despegue al principio con muchos puntos de diferencia, al final lo que importa son los cruces y ahí es mano a mano.
¿Catar fue el gran contraste?
Sí, porque el fútbol no es tan bueno y no va gente a los estadios. Pasé de jugar en Seattle, donde en cada partido había 45 mil hinchas, a jugar en Catar [Al-RayyanSports Club], donde había 150. El único día que se llena el estadio es en la final de la Copa Príncipe de la Corona, cuando el príncipe asiste al partido y la gente lo va a ver a él. Del juego ni se enteran porque todos están mirando hacia el palco del príncipe. Los días de partido, el rezo se hacía en el entretiempo para que no coincidiera con el juego, entonces en el vestuario estábamos los extranjeros y el técnico [que en ese momento era Diego Aguirre], y los cataríes, en la mezquita. En ese sentido era extraño. Igual, lo que más me impactó fue el rol de la mujer, que tenía que caminar atrás del hombre, que no podía demostrar cariño en público. Por suerte son cosas a las que no estamos acostumbrados.
¿Viviste algún episodio complicado?
En Argentina, con la barra brava de uno de los equipos, donde hubo armas dentro del vestuario. Era un terreno desconocido, nunca había vivido un apriete, más allá de algún pedido de camiseta acá en Uruguay o alguna boludez, pero nada comparado con lo que me pasó allá.
¿Tuviste miedo?
Lo que más me generaba era incomodidad e impotencia, por el hecho de no poder hacer nada. Pensaba: ¿por qué nosotros nos tenemos que fumar a estos tipos acá adentro si yo no me meto con el trabajo de nadie? ¿Por qué estamos viviendo esto con gente que no tiene que ver con el club? Bueno, en realidad sí tienen que ver, por algo llegan hasta el vestuario.
Sudáfrica
Fue el único encuentro, de su único Mundial, que jugó desde el arranque. El Maestro Óscar Washington Tabárez lo colocó en el lugar indicado, en el momento justo: el duelo con Ghana en cuartos de final: “Soy un privilegiado por haber jugado uno de los partidos más importantes de la historia de los mundiales”, dice orgulloso. La mano y expulsión de Suárez, el penal errado por los africanos y la picada del Loco: todo eso concentrado en 120 minutos de un viernes 2 de julio. Y Uruguay, semifinalista de la Copa del Mundo. Hablame de felicidad.
¿Sos feliz en la cancha?
La frase “Soy feliz jugando al fútbol” es compleja. Yo soy feliz yendo a entrenar, compartiendo el vestuario con mis compañeros, viajando. Ahora, dentro de la cancha rara vez soy feliz. Tenés un montón de responsabilidades y preocupaciones, un equipo enfrente que quiere que te vaya mal, entonces es muy difícil disfrutar. Generalmente es al revés, la pasás mal. Soy feliz siendo futbolista, es la profesión más linda del mundo y vivo de lo que soñé; pero disfrutar los noventa minutos es muy complicado.
¿Has intentado manejarlo o vivirlo con más disfrute?
Cuando uno es joven, cree que los nervios o la sensación de malestar antes del partido van a ir aflojando con el tiempo; pero en realidad es cada vez peor, porque la responsabilidad es cada vez más grande. Cuando fui al Mundial tenía 24 años, jugaba tranquilo porque si pasaba algo, a mí no me iban a caer, le iban a caer a Diego Lugano, a Sebastián Abreu, a los más grandes.
No quiero ni pensar, entonces, qué hubiera pasado si la pelota que picó Abreu en el penal terminaba afuera o en las manos del golero africano.
Si el Locoerraba, seguíamos con chance todavía. Pero si hubiera sido el decisivo y quedábamos fuera del Mundial, la gente y la prensa lo habrían acribillado. Lo cierto es que no era la primera vez que el Loco la picaba en un penal; de hecho, era uno de sus métodos más seguros para convertir y lo usó.
Pregunto porque cuando un jugador la pica en un penal y convierte es Dios, pero cuando no lo hace, recibe el doble de castigo que si la hubiera tirado fuerte contra un palo. En definitiva, la intención es la misma…
Es una cuestión de forma y de exitismo. Cuando un jugador pica la pelota y el golero la ataja, queda parado en el medio del arco pensando: “Qué papa”. Pero en definitiva es un penal tan errado como el que le pega a toda pata, da en el travesaño y se va a la mitad de la cancha. El resultado es el mismo, pero la forma no. Creo que hubiera estado mal si Sebastián nunca la hubiera picado y lo hubiera hecho ese partido por lucimiento personal, para decir: “Quedé como un fenómeno”. La intención era pasar a semifinales y buscar la mejor forma para hacerlo. Igual, así es el fútbol: un domingo sos un crack y al otro, un perro. Un día sos el mejor y al otro ya no servís. Es con lo que tenemos que convivir.
¿Te afecta?
Ya estoy curado, tengo caparazón. Con los años uno va aprendiendo que solo tiene que escuchar a los compañeros, al técnico y a la gente cercana. Obviamente, algunas críticas me pegaban más que otras, pero desde hace años no me entran ni las balas.
¿Qué te provocan las críticas que está recibiendo Tabárez?
No me gustó para nada cómo jugó la Selección los últimos dos o tres partidos [se refiere a los encuentros con Venezuela, Paraguay y Argentina por las Eliminatorias a Catar 2022]. Pero eso no significa que el proceso no sirva o que lo hecho hasta acá fue poco. Escuché decir que con los jugadores que tenemos es muy poco haber ganado una Copa América, cuando este proceso logró acomodar un montón de cosas que venían mal de tiempo atrás: tenemos un complejo envidiable, jugadores que se han potenciado y vamos a los mundiales. Hoy parece normal y es casi una obligación, pero yo en el Mundial 94 hinché por Argentina, en el 98 hinché por Argentina y en el 2006 hinché por Argentina. Entonces es muy injusto que se diga que el proceso ganó poco. Sí entiendo que no guste cómo juega el equipo y que debe mejorar, más ahora con la calidad de jugadores que tiene, pero hay que ser memorioso. El proceso no fueron los últimos cinco partidos, es un camino largo y nos ha puesto en las primeras planas mundiales. Después, quienes deban hacerlo, tendrán que sentarse a discutir si el Maestrotiene que seguir o no, si terminó un ciclo o no. Pero poner en tela de juicio el proceso Tabárez es una falta de respeto.
Las redes sociales
Álvaro es un twittero activo. En la red, @flaco_fernandez se ríe de sí mismo cuando promete que al dejar el fútbol será el doble de Nole, por su parecido físico con el tenista Novak Djokovic; se hace preguntas tales como “¿Si salís segundo, te sacás la medalla o te la dejás colgada? Para mí siempre se deja puesta”. Celebra el #DíaDelOrgulloLGTBIQ con la imagen de un corazón y los colores del arcoíris, y reclama #NiOlvidoNiPerdon el día de la muerte del represor José Gavazzo con la frase: “Lo único para lamentar es que te fuiste sin hablar”.
¿Tenés algún familiar desaparecido en la dictadura?
No me tocó vivirlo en carne propia con algún familiar, pero es una causa que me sensibiliza. Nunca es lindo alegrarse por la muerte de alguien, pero que Gavazzo se haya ido sin decir todo lo que sabe me genera bronca, más que nada por los familiares que todavía no saben dónde están sus seres queridos.
¿Los futbolistas deberían pronunciarse más sobre estas causas, sobre política?
A mí me gusta hablar y dar mi punto de vista, porque más allá de ser jugador de fútbol, soy un ciudadano más y me gusta pronunciarme. Tal vez la política partidaria no está bueno mezclarla con el fútbol, pero sí hay sucesos sociales que nos involucran a todos y el futbolista debería involucrarse más, sobre todo cuando es de renombre y tiene llegada en la sociedad.
¿El fútbol ha evolucionado a la par de los cambios sociales tales como el feminismo, la diversidad y los derechos humanos?
No, ha quedado desfasado. Hoy son seis o siete clubes de Uruguay los que se pronuncian sobre la diversidad o los desaparecidos; los que tienen más fuerza o más gente, no lo hacen. Y acá no estamos hablando de política partidaria, estamos hablando de derechos humanos. La sociedad ha avanzado muchísimo en ese sentido, por suerte; pero el fútbol ha quedado para atrás. Quizás en el feminismo no está quedando tan atrás: el fútbol femenino está agarrando fuerza, hay juezas. Hay costumbres muy machistas todavía en el fútbol, pero están cambiando.
En temas políticos que atañen al propio deporte, ¿hay una postura pasiva del jugador?
A veces no. Fijate lo que pasó con Nacional cuando fue a Colombia [a enfrentar a Atlético Nacional de Medellín por la Copa Libertadores], se plantó que no iba a jugar [pues había una manifestación en la puerta del hotel donde estaba concentrado]. Pero le dijeron que si no se presentaba suspendían al club por dos años en la copa y lo multaban. Los grandes que manejan el fútbol a nivel económico o comercial a veces no te lo permiten, por más que como jugador quieras plantarte y decir: “En Colombia no juego porque el pueblo está viviendo una tragedia y nosotros vamos a estar pateando la pelota como si no pasara nada”. Fue una vergüenza haber jugado, pero existe un poder y ciertos intereses ante los que el futbolista queda por fuera.
¿Alguna vez sentiste vergüenza dentro de la cancha?
Una vez. Fue en San Martín de San Juan. Me peleé con un compañero, le reclamé una jugada, él me respondió. Lo agarré del cuello y lo quise mandar al vestuario. El episodio salió más tarde en los noticieros, en programas de fútbol. Hoy lo veo y me llena de vergüenza, porque no soy así y mi compañero tampoco. A la noche le pedí disculpas. Es una de las situaciones del fútbol que me hubiera gustado borrar, pero pasó.
¿Qué fútbol hay que construir?
Un fútbol mucho más inclusivo. Crecimos con ciertos códigos que no están buenos, por ejemplo, que nadie se acuerda del que sale segundo. Llegar a una final cuesta muchísimo trabajo, muchísimo tiempo y no es para nada desmerecedor. Lo que hizo EdiCavani [dejarse puesta la medalla de plata tras perder la final de la última UEFA Europa League] me emocionó mucho porque se la ganó; él y su equipo se sacrificaron para estar ahí, perdieron con un gran rival que ese día los superó. Ganar una medalla en este deporte tan complicado no se da todos los días. Hay muchos vicios de tiempos pasados que siguen quedando en el fútbol.
¿Son vicios propios o son para alimentar vicios de afuera?
Un poco y un poco. Hay muchos que se sacan la medalla de plata para que digan “Mirá, está recaliente porque salió segundo”. Otra estupidez instalada es no poder cambiar camisetas en un clásico; me parece totalmente prehistórico y tendríamos que erradicarlo porque hace mal. ¿Cómo no voy a poder cambiar una camiseta con un compañero que juega en Peñarol porque yo tuve pasado en Nacional? Uno quiere la camiseta porque es de su amigo, su compañero, no por la camiseta en sí. Entonces son cosas que se hacen para que el que te está mirando te dé el visto bueno, y en realidad está de menos.
¿Cómo imaginás este deporte en cincuenta años?
Ha evolucionado tanto, han cambiado tanto las formas de juego que me cuesta imaginarlo. Pero quizás súper veloz, con jugadores de dos metros de altura, todos marcados, tipo jugadores de fútbol americano. Mucho físico, muy estructurado, medio robotizado. Prefiero quedarme con este fútbol o el de antes. No quiero que sigan inventando nada más.