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Mujer detrás del arco, por Patricia Pujol




Perica, el cuadro de un presidente y La Teja

 

 

Primero se siente, después se sabe.

Cuando se empieza a saber, hay que entender que todo en su casa es rojo y amarillo. Tazas, banderas, banderines, almohadones, llaveros, fotos, cuadros. Después hay que entender que su Progreso, Club Atlético de nombre, no es solo un cuadro de fútbol o un club de barrio, es, acaso, un familiar más.

También hay que entender que la causa es amplia y profunda, como son las cosas que verdaderamente importan: recibir a niños en un comedor improvisado en algún salón del barrio para darles la leche, porque no tienen, porque no pueden, es parte de sus horas dedicadas a los demás; atender una policlínica barrial, donde asisten muchos de esos niños que toman la leche, también fue parte de su rutina social de vaivén de ayudas y sostenes.

Hay una murga en este barrio obrero, de casitas bajas, techos de chapa y otros de teja, con un nombre pretencioso, La Reina, y hay un club de fútbol, que tiene en su sede un teatro, que antes tenía otro comedor, que hasta hace unas semanas alojaba una olla popular, en momentos de coronavirus y confinamiento, cuando muchos vecinos, trabajadores formales e informales, quedaron sin su fuente de ingreso y fueron perdiendo las ganas de comer y también la comida para poner en su plato. Cuando las cosas se caen, o se están por caer, Perica está. Todo tiene que ver con todo en La Teja, en 2020, al oeste de las cosas, en Montevideo, en Uruguay. Se teje una trama fina de hilos gruesos que no pasan de moda. Pericadice que no sabría qué hacer si no colaborara, si no se sumara. Y lo que dice es importante: la solidaridad va más allá de cualquier color posible.

Es domingo por la tarde y está por empezar el partido. Las autoridades del gobierno no permiten el acceso a las canchas de fútbol en Uruguay desde marzo de 2020, alegando medidas sanitarias. El campeonato Clausura se reanudó tarde, después de varios meses de vacío e incertidumbre. Para una hincha de estas dimensiones, las consecuencias son inauditas. La televisión está ya encendida. Ella se sienta en una silla, al borde de la mesa de madera, en diagonal al televisor. De su respaldo cuelga la bandera a bastones rojos y amarillos, heredados de un pasado que fue anarquista, del Club Atlético Progreso. Hoy no está como siempre colgada detrás del arco. El comedor es amplio, integrado con la cocina. A la casa se accede por un largo pasillo, hacia el fondo de otra vivienda más amplia que da a la calle Martín Berinduague. Pericase mudó al fondo para que al frente habitara su hija Nora, que falleció hace algunos años. Hoy viven su yerno, su nueva pareja y una de sus nietas. “Me encanta que estén ahí”, nos cuenta.

Para hablar de los inicios, hay que saber que sus padres la llamaron Irma Susana Veró. “Tanto nombre para terminar siendo Perica”, se ríe. Muchas veces se ríe y pregunta. Al finalizar sus frases busca la complicidad del interlocutor, pero eso no cierra sino abre la posibilidad de un diálogo: “¿Viste?”, “¿Qué te parece?”. Así se conversa con ella, como quien juega al pingpong.

Sobre su apodo piensa o cree ‒que a los efectos es casi lo mismo‒ que viene desde la infancia, por haber tenido un peinado al estilo “periquito”. “Yo qué sé”, cuenta divertida. Hace poco cumplió 79 años. Tiene un espíritu de hincha vivaz. Estatura media, robusta, de cara despierta, pelo corto, fino y gris, peinado al costado, cachetes colorados, camina con algo de dificultad, como si le doliera algo al dar un paso largo. Es una de las mujeres que grita sin parar cuando los partidos del gaucho del Pantanoso se disputan como locatario. También tiene una bandera que la nombra: es parte de “Las mujeres de atrás del arco”. Cuenta que junto a ese grupo de hinchas intentaron averiguar cómo patentar el nombre, pero los datos hallados no fueron concluyentes y la iniciativa no prosperó.

El estadio Abraham Paladino, la cancha de Progreso, está apenas a unas cinco cuadras; ella camina, sosteniendo en su mano la bandera, paseándola, bordeando la planta industrial de la Administración Nacional de Combustibles Alcohol y Portland (Ancap), “la refinería”, como la nombran en el barrio, hasta desembocar en el portón de acceso.

No existe, o para ser más precisos no conozco, hincha de Progreso que se digne de tal sin saber de ella. Tal vez debería ser pregunta de examen para ingresar al club: “¿Usted sabe quién es Perica?” O lo que es fundamental: “¿Usted sabe qué hace y qué ha hecho Pericapor todos nosotros?”.

Hoy tiene que ver el partido que disputa su equipo, nuestro equipo, con Deportivo Maldonado a algo más de 120 kilómetros, pero desde la distancia de su casa. No habrá una fila de vecinas y vecinos esperando por sus besos, ni banco frío donde sentarse, ni gritos característicos: “¡Saquen, chiquilines!”, cuando la pelota entre en zona de peligro y el arco del cuadro del barrio corra riesgo de ser vencido. Progreso es un ser querido para Perica, una razón para iluminar la existencia. Sin embargo, cuando se le pregunta qué es para ella, suspira como toda respuesta: “Estoy yo hoy, pero antes estuvo Progreso y va a seguir siendo así”. Me quiere decir que ella no es la importante, que es el club, el cuadro, el resto, todos los que construyeron la historia. Y son todas y todos, sí. Cierto. Y también es ella.

Es domingo, el cielo está gris y se siente un frío húmedo. El sonido de la transmisión se colará por el grabador que pongo sobre la mesa, que intento que pase desapercibido cuando me pregunta si lo que tiene que decir para este texto es “difícil”. Le contesto que no, que no será relevante cómo describa los episodios, que estaremos hablando un rato para entender qué piensa ella sobre ella misma y sobre su trayectoria en el barrio.

La conozco desde niña. No podría decir desde cuándo. Nací en 1980, época de dictadura militar en Uruguay, rodeada de cosas que no se podían decir mucho, ni alto, ni de ese modo. Aprendimos a hacer piruetas con palabras. A los pocos años, en mi etapa escolar, la democracia volvió y con ella una sensación de barrio movilizado, solidario, compañero. Así lo describían mis padres y así se lo escucho narrar hoy a ella. No con estas palabras, más bien con gestos, con anécdotas que nombran apodos, personas que intentaron mejorar la vida de otros.

Pericaes tejana desde el 18 de agosto de 1941. No hay demasiados datos, pero sí muchos recuerdos. Segunda hija del matrimonio entre Sofía y Florentino, cuatro hermanos: Sofía, Julio, Ilda, Hugo. “Quedamos dos nomás”, dice. Cursó la escuela primaria en la 170, Ancap, en la misma en que aprendí a escribir y a jugar al fútbol en los recreos. Empezó a trabajar en su casa, cuidando de sus hermanos, cuando murió su padre y su madre quedó sola realizando “los trabajos de limpieza para afuera”. Pericahacía los propios hacia adentro.

Una casa de lata, “un ranchito” en la calle Ascasubí y Martín Berinduague. Recuerda a su madre yendo al almacén de la esquina de Emilio Romero, con la libreta en la mano, donde anotaba lo que cancelaría con el pago a principio del mes siguiente. Se vivía con lo justo. Se compraba lo imprescindible.

Cuenta: “Me casé muy joven, con Julio. Tuve a mis cuatro hijos seguiditos, Eduardo, Mariela, Julio y Nora. Tengo cuatro nietos y dos bisnietos. Siempre hice trabajos en la casa, criando a mis hijos.

Su vinculación con Progreso empezó a través del mayor, Eduardo: “Hizo baby fútbol en varios cuadros de la zona y se fue a practicar a Progreso. Era cuando Progreso estaba en la C. Tuvo una lesión de ligamentos, pero no se recuperó. En ese tiempo ayudamos junto a otros padres, haciendo rifas, kermeses, para comprarles la ropa a los gurises. Ahí ya me quedé, metiéndome cada vez más, colaborando en más cosas. Éramos un grupo de madres que siempre estábamos ahí. Después hubo un tiempo en que íbamos con Julio a cocinar a la concentración de Progreso, hacíamos todo lo que se podía. Me acuerdo cuando Progreso traía a jugadores de afuera. Por ejemplo, al jugador Jacinto Cabrera, de Mercedes, Soriano, que tuvo después un paso por el fútbol español y hasta llegó a jugar en la selección uruguaya. Había una pieza en el club, donde él dormía, que era horrible y nosotros íbamos a limpiar, lavar sábanas. A Jacinto le hice hasta el ruedo del pantalón. Un día en el Estadio Centenario, cuando él ya estaba jugando en Nacional y se enfrentaba a Progreso, le grité: ‘Pobre de vos que nos hagas un gol. Bastante te lavé los calzoncillos’. [Se ríe]. Y vas tomando cariño. También nos pasa con la murga, con La Reina de La Teja. Tenemos la camiseta puesta. Progreso es más que jugar al fútbol, no es pagar la entrada e irte a tu casa, es ayudar a alguien que tiene menos que vos. Salíamos puerta por puerta a vender bonos de diez pesos porque no teníamos para pagar la luz del club, no teníamos un peso. Por eso, cada vez que viene un jugador nuevo, hay que explicarle qué es Progreso”.

La pandemia pudo haber enseñado muchas cosas. También dejó al descubierto las desigualdades de acceso en las sociedades más desparejas, al sur del sur del mundo: pérdida de fuentes de trabajo, paralización de actividades, ollas populares colmadas de vecinos.

“Con esto del coronavirus yo no pude salir por ser población de riesgo, pero se me ocurrió pedirle a la gente del club que me trajera las verduras a casa y yo las picaba. Eso sí podía hacer. Fuimos como diez familias de personas mayores que nos apuntamos para eso. Ahorramos pila de tiempo a los que cocinaban. Yo les devolvía todo picadito y los demás atendían en la olla. Esto no lo hacen en todos lados. Progreso es uno más de la familia. Nosotros no sabemos hablar si no nombramos a Progreso. En cualquier conversación sale”, revela Perica

Sobre el mueble donde está la televisión encendida se ve una bandeja pintada con su nombre. Tal vez ya no sea necesario aclarar de qué colores. Mientras espera el pitazo inicial, clava los ojos en el rectángulo encendido. Se mece sobre la silla: “Está por empezar. A veces pierde Progreso y yo digo: ‘Pobre, Progreso, ¡con todo el sacrificio que hacen!’. Ojalá que ganen, porque se lo merecen. A veces no hay plata para nada y no se llega. Ahora se formó una comisión y se juntó dinero para arreglar los vestuarios, ¿sabés? Dicen que está quedando todo muy lindo. Si no, no te permiten jugar, ¿viste? Nuestros vestuarios son del tiempo de Matusalén y todo es mucha plata, mucha plata”.

En la pared de la izquierda a la puerta de entrada, al costado del televisor, hay un cuadro. Es una foto de Tabaré Vázquez, presidente de la República en dos períodos (2005-2010 y 2015-2020), fallecido en diciembre de 2020, proveniente del Partido Socialista dentro del Frente Amplio, también nacido en La Teja, doctor en Medicina, presidente de Progreso hasta 1989, año en que salió campeón uruguayo, e intendente de Montevideo en 1990. En la foto, luce su segunda banda presidencial y muestra una sonrisa que parece una mueca. Sobre el vidrio del cuadro, con trazo grueso de drypen negro, el presidente le mensajeó: “Para La Perica, con cariño. Tabaré. Dic. 2017”. Y Perica explica: “Ese cuadro me lo trajo Nacho, el hijo, envuelto en un papel de regalo. Siempre voté al Frente. No teníamos una relación de amigos con Tabaré, pero del barrio nos conocíamos desde cuando era estudiante. Él cuenta que nos juntábamos en una esquina a hablar de Progreso y nos quejábamos de que siempre estaba en otras divisiones, de la B a la C, de la C a la B, y él nos pedía que tuviéramos paciencia. Con el Frente yo ahora no ando, pero soy votante. Antes era más joven y estaba mucho. Ahora me tengo que cuidar. A veces hablo con mis nietos y les digo que vayan pensando a quién van a votar”.

El partido comenzó y parece parejo. Ninguno de los dos equipos llega con algo de asombro al arco contrario. Van empatando sin goles.

Por unos segundos queda en silencio mirando la pantalla.

“Antes yo preguntaba qué jugador era del Frente Amplio. Me gustaba saber y también poder transmitirles algunas cosas. Progreso es un cuadro luchador. Me han dicho que algunos jugadores no tienen mucha idea de la política, que no se habla de eso. Es una pena”.

La voz del relator interrumpe la charla: “¡Penal para Deportivo Maldonado!”.

Perica comenta: “Pero qué mala liga, che. [En la televisación reiteran la jugada y se nota un forcejeo en el área]. Lo empuja, claro. ¡Pobre gente! Me imagino a la gente de Progreso… Qué horrible. Los chiquilines… Sufro... ¡Buena, buena! Atajó el golero. ¡Qué alegría!”. 

 

 




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